sábado, 7 de abril de 2007

Desde su sillón

En solitario, desde su sillón. Impasible ante los cambios de temperatura internos en la habitación. Incompasible ante las atrocidades que le orbitan en su interior. Sin sentimientos apegados a los borrosos recuerdos que le mantienen postrado ante el clima más pegajoso jamás encontrado. Sin sentimientos que le aferren a la última gota de esperanza marcada en su pasado atronador. Representante de las turbias y agudas aguas desnudas que visten a aquellos que las invaden en sus adentros. Calmante de mares y océanos que efusivamente se dirigen en la búsqueda de su mar interior. Esa bastedad desde la que recorrió todo aquello que pudo y no fue. todo aquello que supo y no usó. Todo aquello que lamentó y todo aquello que le confundió, creando así sus fantasmas. Fantasmas del pasado de la traición, fantasmas del recuerdo y de la exibición. Con cadenas atados desde su interior, se erigen dos torres marcadas por el ardor espiritual de la situación. Concebidas en un primer instante para la resurrección y demolidas en un segundo plano para su intuición y desertización. Entrometidas hasta las chimeneas de aquellos humos que también le vistieron, viendo así su cuerpo cálidamente acolchado entre aquellas bastas nubes que emergían y emergían y siendo engullidas por el lejano destino. Sintiendo su pasado como aquel albino al que rescató de la absoluta oscuridad. Como aquella serpiente que desgarró su garganta con cada oportunidad. Sus deseos, sus pasiones, sus historias, todo con humildad representó aquella historia que no quiso contar. Aquella vida que no quiso representar, pero que forzado se vio obligado a abandonar. Sus vicios, sus recuerdos, todos pastos de las llamas de la insensibilidad y difuminados por el recuerdo absurdo del inconsciente natural. Difuminados a cada instante por el paso de aquel gigante natural. El gas. Mostaza arriba, abajo se entrometía en su vida como otra prenda a la que acogía y daba cabida. Aquella que le vestía con picores y que le otorgaba una esperanza inexistente desde su punto de vista y desde la vista de su ingente interior plagado de mitos que le devoraron por equivocación. Nefasto final del principio aterrador al que visiblemente intentaba involucrarse. Nefasto principio para la estación a la que necesitaba enfundarse. Pronto sus momentos cambiaron y sus sueños entraron en escena deformando así más si cabía su anterioridad, su anterior identidad, su posterior inseguridad seguida de retales de dificultad. Asociado a sus pensamientos en la oscuridad, sumía y consumía sus defectos y su imperceptibilidad, dejando al descubierto la piel desnuda del camino de la continuidad, de la lejanía de aquella malvada soledad, de aquella dejada bastedad de incertezas morales y de desaguisadas tentaciones con viciosas intenciones. Dejando atrás, desde aquel pequeño sillón, en aquella pequeña oscuridad incrustada en aquella pequeña esquina de seguridad todo aquello que le ató y originando una gran tormenta que le hará dejar el sillón y volver a caminar.

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