lunes, 23 de abril de 2007

Adentrándome en la luz de la oscuridad

. . .El sol incide en las hojas del pino que tengo delante. Tan majestuoso y decadente como los rayos al atardecer que se avecina. Todos ya lo saben. La tierra se prepara. El mar se prepara. Las nubes ya espectan lo que va a acontecer. En unos minutos, toda la potencia de irradiación y ese sentimiento de satisfacción se irán para dar paso a la oscura y fría luna. La triste y apagada soledad.

. . .Sin más sentir que el frío intenso de la soledad, aparece ante mí un aire que me eriza la piel. Los cristales convergen y, a cada centímetro que me alejo de la tierra, compruebo como la luna, aparentemente estancada en el cielo, se convierte en un renacuajo que escapa ante mi mirada. Por eso la luz viene y va, oscilando en mi pequeño cristal donde veo reflejada la cara oscura de la luna.

. . .Las chicharras emergen de sus lugares de seguridad para encenderse y provocar un alarde sinfónico que aturde a mis oídos. Mi vista ya, descansa en el olvido tras haber cerrado los ojos para conciliar los sonidos, descubre zigzagueante aquella luz que me penetraba eternamente y que aún siento en mis adentros con ese calor que, frío, prospera dentro de mi cerebro, hasta que el efecto se disipe.

. . .Condenado por las embestidas del latir de mi corazón, espero que se calme el hábito encerrado del que se compone todo el camino que la sangre tiene que seguir. Estoy excitado. El eco de las aves que llegan a la orilla de la playa, resuena en mí como una cavidad hueca. Los tímpanos se mueven al compás de las olas. Al sentir de los latidos de mi corazón.

. . .No puedo esperar mucho más. Las manos me cuelgan y las piernas se apoyan al suelo que las mantiene en pie. Una gaviota se ha postrado ante mí y me ha mirado con un tono severamente acusador. Como si yo me hubiera llevado el sol del atardecer que bañaba su blanco y grisáceo pelaje. Como si yo le hubiera arrebatado todo ese brillo que les hacía chirriar y batir sus alas en un baile de frenetismo sin igual. A ti, gaviota, a ti te doy mis alas. Yo, me voy al mar.

. . .El batir de las olas, acelera mi excitación. Mi piel, estremecida ya por el frío exterior, se contrae con cada ola. Con cada paso que más me adentra en el mar. En sus profundidades. En esas donde me esperan un sinfín de cosas por ver, por confirmar y por demostrar. Con esas cosas que uno se espera encontrar en un entorno donde nunca suele estar. Por eso me voy allí. Siento que el mar no me puede esperar.

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