jueves, 17 de abril de 2008

Nunca volvería a ser el mismo

. . .Cayó y se levantó un trozo de carne de unos 2 centímetros aproximadamente. Quedó hipnotizado por la blancura y la pureza de su interior. De la maravilla de un desgarro seco, cual corte de una katana.
. . .Observaba cómo poco a poco, los capilares bombeaban sangre hacia las nuevas salidas creadas. Observó cómo, poco a poco, el blanco dejaba de ser blanco y pasaba a convertirse en un rojo granate característico de la sangre que circula por las venas.
. . .Al poco, una gota, resultante de la acumulación, salió del hueco creado, precipitándose al suelo y muriendo en un aparatoso choque con el bordillo de la escalera. No tardaron mucho las demás compañeras que, aventureras, partían todas en busca de algo salvaje. una experiencia de la que nunca volverían. Su destino final: manchar la escalera.
. . .Estaba preocupado. Un reguero hidrataba y caía por su pierna derecha, convirtiendo a los pelos en parte esencial del máximo gradiente, por el cual discurría el riachuelo.
. . .Reposó la pierna en alto y comenzó a soplar. Al cabo de un buen rato. Los glóbulos rojos empezaron a cristalizar y se petrificaron junto a las demás substancias de las que se compone la sangre, creando una costra que ennegrecía con el paso del tiempo.
. . .Pasmado, espectante ante lo ocurrido, fue corriendo a contárselo a su madre. Nunca volvería a ser el mismo.

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